
Paolo Sorrentino estrena en el Festival de Venecia The hand of God, que llegará en diciembre a las salas de cine y a Netflix. El director y escritor napolitano, autor de películas como Il Divo (2008), La gran belleza (2013) o La juventud (2015) y de series como The Young Pope (2016) y The New Pope (2020), tiene un universo cinematográfico propio. Cínico, nihilista, y a la vez alegre y hedonista, Sorrentino habla en sus películas del miedo a envejecer, de la belleza, del sentido de la vida, del amor, del arte, de la amistad; de todas las grandes cosas. Analizamos las claves de su cine.
La belleza
Puede que sea una obviedad: su película más conocida se llama La gran belleza. Pero la belleza como temática está presente en el resto de su obra también: sus personajes la buscan, la veneran, tratan de encontrar momentos de pura belleza que, parece que nos dice Sorrentino, son los momentos en los que se alcanza la felicidad.
La belleza es un tema sobre el que reflexiona pero también es el modo a través del que cuenta las historias. Basta con escoger un plano al azar para darse cuenta de que Sorrentino es un esteta. Sus planos tienen composiciones muy buscadas: imágenes chocantes por contraste, simetría, belleza, calculadas al milímetro para producir emociones en el espectador. Es una mirada con intención, de fotógrafo, de artista.
Lo simbólico

Una oveja, una tele, un aire acondicionado: una historia de terror.
Y esa mirada muchas veces busca los símbolos para retorcerlos, pervertirlos o simplemente llamar la atención sobre ellos. La simbología siempre es ambigua, abierta a interpretaciones, pero hay escenas tan icónicas que se clavan en la mente del espectador.
La primera escena de Silvio (y los otros) (2018), su película sobre Silvio Berlusconi, muestra a una oveja entrando en casa de Berlusconi y quedándose embobada viendo un concurso en la televisión, y finalmente muriendo de frío a causa del aire acondicionado. Es una imagen potente, una declaración de intenciones, que como espectador te hace prestar atención a lo que viene.
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Algunos símbolos se repiten. En concreto, el simbolismo del imaginario católico es una de las bases (también temáticas) de Sorrentino. Incluso antes de entrar completamente en materia con The Young Pope ya habíamos visto aparecer monjas, iglesias y todo tipo de apariciones celestiales.
Lo divino y lo mundano

La hermana Mary en The Young Pope.
Pero este simbolismo católico se baja a tierra, y a la inversa, la gente encuentra la trascendencia en las cosas más mundanas. Se busca la solemnidad en lo frívolo y lo frívolo en la solemnidad. Se les pone música electrónica a las monjas y luces led discotequeras a los crucifijos de las iglesias. Y la gente ve milagros después de haber tomado drogas.
El propio leitmotiv de The Young Pope, cuyo protagonista es Jude Law, un papa que es lo contrario a lo que debería ser el Santo Padre: además de guapísimo y pagado de sí mismo (en la serie aparece completamente sexualizado), es déspota, egoísta, megalómano y amante del lujo.
Los personajes buscan la espiritualidad pero a la vez dudan constantemente de que el sentimiento religioso sea capaz de llenar ese vacío. Terminan volviendo a lo mundano, a las pequeñas cosas, para encontrar la felicidad.
La mirada de Sorrentino es nihilista y a la vez esperanzadora, porque nunca deja de buscar. Acepta que esto es todo, la vida es la que es, y se conforma con buscar los momentos felices dentro de esos confines. A pesar de todo, Jep Gambardella nunca deja de buscar la belleza.
La música
Una manera de bajar a tierra lo trascendental es la música. Lo vemos en los momentos más sagrados con banda sonora electrónica de The Young Pope y también en la mezcla de música clásica y canciones fiesteras de Raffaela Carrà en La gran belleza. O en La juventud, donde el protagonista es un compositor que ve música en todas partes y su Simple Song #3 es el broche perfecto para cerrar la película (en la vida real compuesta por David Lange e interpretada por Sumi Jo).
Las mujeres

Una fiesta en Silvio (y los otros).
En el cine de Sorrentino, vemos el mundo a través de la mirada de los hombres, que son los protagonistas. Son hombres que aprecian la belleza, como decíamos, y las mujeres son para ellos la culminación de esa belleza. Cumplen los antiguos arquetipos: hay monjas, hay modelos, hay mujeres fatales.
En gran parte de su obra se retrata un mundo berlusconiano en el que todos se desean entre sí y las mujeres pasean en bikini en las fiestas. Pero se muestra este mundo de manera estilizada, casi como parodia, así que lo disfrutamos, porque hay cierta crítica en la representación decadente que hace Sorrentino. Ese mundo italiano que en tiempos de Fellini podía ser moderno, ahora es anticuado y algo kitsch. Y eso es parte de su encanto, claro.
Pero seamos realistas: la mayoría de las mujeres de Sorrentino pierden la oportunidad de ser buscadoras de Belleza —como son sus protagonistas— porque ellas mismas conforman la belleza. Son observadas y no observadoras.
El carisma

Toni Servillo interpreta a Berlusconi en Silvio (y los otros).
¿Y, si no son ellas, quiénes son los protagonistas de Sorrentino? Casi siempre, Toni Servillo. Son artistas, o personajes de la farándula: escritores, directores de cine, periodistas, compositores. Están insatisfechos, son nostálgicos, tienen algo de decadencia, pero también tienen algo más: carisma.
Algunas personas reales —aunque casi ya caricaturas de sí mismos— se cuelan a menudo en las películas del napolitano: Maradona, Berlusconi, Giulio Andreotti. Otros, como Jep Gambardella o Fred Ballinger y Mick Boyle, los protagonistas de La juventud, son creados por él pero ya convertidos en iconos.
Las fiestas
Y luego están las fiestas. Pero, mejor que contároslas yo, que lo haga La gran belleza: