
Hace ya 20 años (y por eso imagino que la posibilidad de hacer spoilers ha caducado), Amenábar le mostraba al mundo una película que no tardaría en convertirse en un clásico del cine de terror. Los otros (2001) nos contó la vieja historia de la casa encantada, con un elemento diferenciador fundamental: cambió la perspectiva, se puso del lado de los fantasmas y nos enseñó a empatizar con ellos, a entender sus razones, a apoyarlos. No es la única ficción que se ha aventurado a cruzar al lado de los muertos para escoger a sus protagonistas, pero de entre todas me quedo, para acompañar a Los otros en esta incursión a la psique de los fantasmas, con la mucho más reciente A Ghost Story (David Lowery, 2017).
¿Quiénes son los otros?

La mansión de los Stewart al inicio de Los otros
«Isla de Jersey, Canal de la Mancha, 1945»
Ahí nos sitúa con una sobreimpresión el primer plano de Los otros, que nos da también un primer vistazo a la mansión (duplicada en un reflejo, como duplicada estará su realidad) que acogerá la historia de Grace y sus hijos. Pero el estilo de vida de la familia —sin teléfono, radio o electricidad—, la completa incomunicación con el mundo exterior y la pesada niebla que se ha asentado en los alrededores deslocalizan el relato, llevándolo a un universo irreal, casi de cuento (sensación que apoyan las ilustraciones y la narración de los créditos iniciales).
En ese espacio diluido, los sólidos muros y las puertas siempre cerradas de la mansión se perciben más reales que cualquier otra cosa, aunque guardan poco más que silencio y penumbra. Sus habitantes, sin embargo, no se han dado cuenta de que su realidad está deshecha e inerte. El espectador, en el primer visionado, tampoco.

Grace y su hija Anne en Los otros
Grace es un fantasma que no sabe que lo es. Su mente ha censurado el traumático momento de su muerte. Se mantiene firme en su papel de señora de la casa y madre estricta, intentando controlar con su manojo de llaves y su aparente rigidez las resbaladizas emociones que derivan de su soledad, de la incertidumbre, del abandono de su marido y, sobre todo, de esa situación que escapa a su comprensión. La realidad es que Grace se muere de miedo. Le aterra no ser capaz de proteger a sus hijos y su hogar de esos invasores cuya fantasmagórica existencia desafía constantemente su cordura. Pero, por encima de todo, le aterra la verdad que ellos amenazan con dejar entrar a la casa cada vez que abren las cortinas: que no pudo protegerlos de sí misma, y que su verdadera enemiga es la muerte y esta ya ha ganado.
Es por ello que, aunque al principio Grace provoque cierto rechazo o desconfianza, y a pesar también de la monstruosidad de aquel error que cometió, nuestra empatía hacia ella crece inevitablemente mientras la vemos sufrir, equivocarse, rectificar y enfrentarse a sus demonios. Y, por supuesto, aún más hacia los niños, esas víctimas valientes pero inocentes a las que no les queda otra que perdonar y seguir dejándose querer y cuidar por la persona que más daño les ha hecho en el mundo.

Anne vestida como un fantasma en Los otros
Así, cuando la verdad es revelada en la sesión de espiritismo, sí, lo sentimos por Víctor y su familia, que han tenido que soportar que unos fantasmas los encerraran, les impidieran tocar el piano o les obligaran a vivir a oscuras hasta echarlos de la mansión, pero nos ponemos de parte de Grace. Porque los vivos, que para el espectador son los otros, tienen aún un millar de oportunidades. Pero los muertos, que son los nuestros y han pasado ya por tanto dolor, no tienen más que esa casa y sus recuerdos.
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La historia de un fantasma
En el otro lado de la balanza, A Ghost Story también adopta la perspectiva de los muertos, pero lo hace presentando al fantasma de forma frontal. Tanto, que el personaje en cuestión toma la imagen universal de los espectros: una sábana blanca con dos agujeros en lugar de ojos.

El fantasma despierta en A Ghost Story
El protagonista sin nombre interpretado por Casey Affleck (y apodado “C.” en los créditos) tiene un accidente de coche frente a su casa a los 12 minutos de película, después de habernos dado una muestra de la dulce y cotidiana relación que mantiene con su pareja (Rooney Mara). Sin ceder espacio para las lágrimas, en un larguísimo plano fijo, ella se despide de su cadáver y se aleja dejándolo sobre una camilla, y él se levanta bajo la sábana que lo cubre, de la que ya nunca se desprenderá, para ir tras los pasos de la mujer que se niega a abandonar. Él sabe que ha muerto, el espectador sabe que ha muerto, no hay pasado al que enfrentarse, sino un futuro que se augura dolorosamente largo y solitario.
A Ghost Story tiene muchos elementos del cine de terror, pero no es de miedo. A diferencia de Los otros, aquí el cambio de perspectiva, honesto desde el principio, supone desprenderse del terror y virar hacia el drama puro. Se convierte en una historia de amor, una tragedia, un relato sobre la existencia y el olvido.

Un fantasma que espera en A Ghost Story
El fantasma que sabe que lo es no tiene más enemigo que su propia condición. Está condenado a la soledad, a una tortuosa espera que parece no tener fin, a perderse en el paso de los días, las décadas, los milenios, a seguir atado a un espacio cuando el tiempo ha dejado de tener sentido. Se mueve lentamente porque ya no hay nada en el mundo que le haga tener prisa, y observa inmóvil y en silencio, siempre al fondo, porque ya no tiene influencia alguna en la vida. Sufre al contemplar que el mundo sigue girando sin él, al entender que su entera existencia no ha dejado más que un recuerdo, y los recuerdos se olvidan.
Nosotros comprendemos muy bien lo que siente gracias a esos largos planos en los que “no pasa nada”, al silencio, a la quietud en el ambiente, a esa pesada sábana que cae hasta el suelo como cae el ánimo, o a la ansiedad provocada por la interminable permanencia en los cambios cada vez más bruscos.
Por eso también empatizamos con él. Por eso entendemos que destroce la cocina de los nuevos e inocentes inquilinos de su casa al más puro estilo poltergeist. No es una acción mezquina, es la única forma de dejar salir sus sentimientos más allá de su sábana. Es un berrinche, un intento de recuperar algo de la relevancia que ha perdido. Es un grito mudo que secundamos sin dudarlo ante lo aterradora que se revela su (no) existencia. Casi es capaz de justificar toda infamia cometida por cualquier fantasma de nuestras historias de terror.

C. intenta recuperar una nota de su pareja durante siglos
En este desolador horizonte, las dos películas comparten un rayo de luz. Lo esperanzador del trágico relato de Los otros reside en que, al final del todo, incluso en la muerte, Grace y sus hijos están juntos y se quieren. En A Ghost Story, leer por fin la nota de despedida de su pareja es lo que libera al fantasma de su agónica existencia. Las relaciones que forjamos son lo que le da verdadero valor a nuestro anecdótico paso por el vasto universo, mucho más que nuestras hazañas. Las personas de nuestra vida merecen el mayor de nuestros esfuerzos.
El cine de Amenábar es de tal nivel, que sus pelis son verdaderas obras de arte propias de un genio.
«Los otros» la vi más de una vez, y cada vez encuentras algo que se te escapó las veces anteriores.
La otra que mencionas en tu artículo la veré.
Gracias por enriquecernos.