
Ese muñeco de ventrílocuo que te hizo llorar en un cumpleaños; las muñecas de porcelana de tu abuela, que parecían seguirte con la mirada cuando te alejabas; la Stacy Malibú que dice cosas raras cuando le tiras de la cuerda: los muñecos son uno de los elementos más comunes del terror, y el cine de género está plagado de ellos.
De todas las formas y colores, producidos en masa y poseídos por el mal o creados en el taller de un artesano loco, esos juguetes que nos ayudan a dormir por las noches también pueden ser la fuente de todas nuestras pesadillas. Su concepto y su estilo ha evolucionado conforme cambia nuestra sociedad, y se ve claramente reflejado en la gran pantalla.
La persona inerte

Fotograma de Historias para no dormir (2021).
El valle inquietante es una hipótesis de la robótica cercana al estudio freudiano de lo siniestro, donde el horror viene provocado por algo familiar que se torna extraño por algún motivo. La hipótesis del valle sostiene que en estética, cuando una réplica antropomórfica se acerca demasiado en apariencia y comportamiento al de un humano, provoca un rechazo innato en este. Los muñecos encarnan este concepto a la perfección, con una forma suficientemente cercana a nosotros pero una mirada muerta y un movimiento rígido.
Las primeras incursiones se hacen a través de la ventriloquía. Los muñecos estrella del mundo del espectáculo, que accionados por su maestro dan la ilusión de mantener una conversación con él, dan un giro siniestro al adquirir vida propia y voluntad, normalmente en contra de los deseos del artista que lo manipula. La característica principal de estos muñecos, que los diferencia de ejemplos posteriores, es que no están poseídos por ningún espíritu ni tienen un elemento externo que les de inteligencia. Simplemente están vivos y tienen alma propia, como Pinocho tras el toque del hada.
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Fotograma de La dimensión desconocida.
Podemos encontrar ejemplos desde los comienzos del cine. La primera aparición del muñeco de ventrílocuo se da en El gran Gabbo (James Cruze y Erich von Stroheim, 1929), mientras que los giros siniestros se asientan por primera vez en la historia El muñeco de ventrílocuo de la antología británica Al morir la noche (Cavalcanti, Crichton, Hamer y Dearden, 1945). No obstante, el ejemplo más querido y famoso lo tenemos en Freddy de la legendaria Historias para no dormir (Narciso Ibáñez Serrador, 1966-1982), homenajeado por Paco Plaza en el remake de 2021.
Más allá del muñeco de ventrílocuo, podemos encontrar juguetes con vida propia en el episodio La muñeca viviente de La dimensión desconocida (Rod Serling, 1959-1964), donde una muñeca parlante defiende a su dueña de un padre abusivo. Este famoso capítulo supuso la primera aparición de muñecas en el género de terror.
Males de producción en masa

Fotograma de Muñeco diabólico.
Los muñecos de terror volvieron a dar un giro a finales de los años 80. Influidos por una ola previa de cine sobre vudú, magia exótica e influencias afroamericanas, dejan de tener vida propia para convertirse en el receptáculo de espíritus malignos. En plena fiebre de plástico y consumismo, inocentes juguetes producidos en masa para llegar a todos los hogares son poseídos por el mal. El primer ejemplo podemos encontrarlo en la película de serie B Dolls: la casa de los muñecos diabólicos (Stuart Gordon, 1987).
No obstante, el cúlmen del género lo encontramos en Chucky. El muñeco más icónico del cine de terror, producido en masa bajo la marca Good Guy, es poseído por un asesino en serie mediante un rito vudú para continuar con su obra tras su muerte. Chucky hace su primera aparición en Muñeco diabólico (Tom Holland, 1988), primera parte de una prolífica saga en la que llega a formar una familia de muñecos asesinos.
Igualando a Chucky en fama encontramos también a Annabelle, la muñeca poseída que hace su primera aparición en Expediente Warren ( James Wan, 2013) y que cuenta con su propia trilogía: Annabelle (John R. Leonetti, 2014), Annabelle: la creación (David F. Sandberg, 2017) y Annabelle vuelve a casa (Gary Dauberman, 2019). La muñeca real, un ejemplar de una famosa muñeca de trapo producida en masa, descansa hoy en día tras una vitrina especial del museo Warren.

Imagen promocional de Expediente Warren.
Smart Killers
La tecnología avanza a pasos agigantados, y la industria de la juguetería no se queda fuera de la revolución digital. Los muñecos de terror de última generación vienen equipados con sofisticados softwares, y es en los errores informáticos de los mismos donde se encuentra el germen del mal.
Si el Chucky de los 80 estaba poseído por un asesino en serie, el reboot de 2019 dirigido por Lars Klevberg deja a un lado la magia para saltar a la era de lo smart: Chucky es parte de la línea de muñecos inteligentes Buddy, a quien un trabajador resentido desactiva todos los protocolos de seguridad para convertirlo en un autómata sanguinario.
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Fotograma de M3gan.
El ejemplo más reciente lo encontramos en M3gan (Gerard Johnstone, 2023), que se ha convertido en todo un fenómeno viral en redes. La película navega perfectamente la peligrosa línea entre el terror, lo camp y la comedia, convirtiéndose rápidamente en un icono para los amantes del género. Megan es un prototipo de juguete de ultimísima generación, una muñeca robot equipada con una sofisticada IA y diseñada para vincularse a su usuario y garantizar su bienestar. Su creadora la entrega a su sobrina, una niña que está transitando un complejo duelo por la muerte de sus padres y que no está recibiendo la atención que se merece.
Megan no es intrínsecamente mala, o al menos no está programada para la maldad en un inicio. La muñeca se vincula a su usuaria de forma apresurada, como un parche usado por su tía para no lidiar con la situación de la niña. La vinculación con alguien tan vulnerable, la ausencia de cortafuegos morales y el acceso a internet sin filtros la convierten en una sociópata, llevando el instinto de protección por su mejor amiga demasiado lejos. M3gan constituye el ejemplo perfecto de que la tecnología y los juguetes, diabólicos o no, no pueden ser un sustituto de los lazos humanos.
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