
Allí donde se encuentran la infancia y la fantasía es el lugar en el que Gravity Falls (Alex Hirsch, 2012-2016) se luce como la mejor serie animada de los últimos años. ¿Y qué lugar es ese? Pues es el momento en el que el niño se encuentra ante las puertas del mundo adulto…
La preadolescencia es, por definición, un paso intermedio entre dos mundos, la infancia y la adolescencia, un limbo entre ambos. Es un puente que por su propia naturaleza ofrece un dilema: hay quien se atreve a cruzarlo, y hay quien no.
¡Ojo, spoilers!
Crecer o no crecer, esa es la cuestión
En ese momento de absoluta confusión nace la dualidad. Nadie quiere dejar los privilegios de la infancia pero todos tienen prisa por crecer. Un yo se aferra a un mundo, el otro abraza el siguiente. Ambas convicciones conviven durante ese breve (visto en perspectiva) periodo de tiempo, generando un dilema universal por el que todos hemos pasado. Y ese niño tan parecido al que fuimos es el protagonista de la serie, pero por esa misma dualidad, el protagonismo se divide en dos.
Dipper Pines está deseoso por cruzar el puente hacia la adolescencia, es el lado ansioso por crecer, por vivir aventuras, por convertirse en un héroe y por dejar atrás las niñerías que aún le caracterizan. Su hermana Mabel es su cara B, abraza la infancia, se agobia por el paso del tiempo y le caracteriza un clarísimo complejo de Peter Pan. Dipper y Mabel son las dos mitades de un mismo todo, y hablar de uno implica por necesidad hablar del otro.

Fotograma de Gravity Falls
Desde el primer capítulo el entorno de Gravity Falls se empeña en reforzar ambos deseos. En el caso de Dipper, se burlan de él y le infravaloran por ser demasiado pequeño, tanto para las aventuras fantásticas que ya empieza a correr como en la vida social y amorosa con un grupo de adolescentes demasiado mayores para él. En el caso de Mabel, se encuentra rodeada de fantásticas oportunidades para disfrutar de una vida infantil y unas vacaciones de verano sin ninguna obligación más allá de pasárselo bien; es una burbuja aislada del mundo real y sus problemas.
Por eso mismo, este entorno para ellos contradictorio pone en marcha en todos los capítulos la esencia de un mismo conflicto: las prioridades de los hermanos son incompatibles. ¿Un ejemplo clarísimo? El llamado Summerween (una genial adaptación al verano del clásico episodio de Halloween). ¿La postura de Mabel? “Hay que aprovechar para pedir chuches por las casas, tal vez la próxima vez seamos demasiado mayores.” ¿La de Dipper? “Ya es cosa de niños”.
Y en torno a este mismo conflicto, y profundizando en él de forma exponencial, la serie va tomando forma capítulo a capítulo. Pero sus tramas no son las únicas que importan, poco a poco cobra importancia la de su tío abuelo Stan. Y, por supuesto, es una oportunidad para profundizar en la infancia.

Stanley y Stanford en Gravity Falls
La misma historia, por duplicado
Stanley y Stanford son dos hermanos que pasaron juntos una infancia feliz, pero que llevan ya toda una vida sin verse. Son personajes cargados de rencor, uno un timador profesional y otro un viajero espacial, que a priori nada tienen que ver con Dipper y Mabel. Ambos han sufrido mucho y por eso abandonaron hace tiempo la infancia. Sin embargo, resultan cruciales, no solo para la trama de Dipper y Mabel, sino también para sus arcos de personaje en un nivel que es casi poesía narrativa.
Son dos hermanos a punto de reencontrarse, mientras que los protagonistas son dos hermanos que tientan constantemente una separación. Hay una vida entera entre ambas parejas, pero juntas, infancia y vejez, conforman una reflexión sobre una misma vida. O dicho de otra forma, Stanley y Stanford son de nuevo las dos caras del mismo dilema: crecer o no crecer.

Fotograma de Gravity Falls
En un capítulo nos cuentan la vida pasada de estos dos hermanos. Y no es casualidad que lo hagan en un parque abandonado, con esa iconografía que nos traslada a un universo infantil pero al mismo tiempo a conceptos como el pasado, lo viejo, lo obsoleto… Nos cuentan que eran inseparables, pero que se distanciaron al acabar el instituto. Uno, Stanley, estaba convencido de que podrían mantener su sueño de críos: construir un barco y surcar los mares en busca de aventuras. El otro, Stanford, abandonó esa idea, quería entrar en una importante universidad para labrarse un buen futuro en la vida “adulta”. ¿Veis por qué digo que son otra vez las dos caras de la misma moneda? Es la misma historia que la de Dipper y Mabel, pero 50 años atrás:
¿En qué momento de su vida se encontraban cuando se separaron? Al final del instituto, cuando se pierden los “pies marcados” que hasta ahora habían seguido.
¿A qué se enfrenta Stanford? A una próspera carrera profesional: importante, realista, seria, madura, adulta... (Parece que hablásemos de los sueños de Dipper).
¿A qué se aferra Stanley? A un sueño utópico, idealizado, inocente, infantil... (¿Quién no ve reflejada a Mabel en esas aspiraciones?).
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Finalmente, las tramas de ambas parejas confluyen cuando Stanford le pide a Dipper que sea su ayudante, lo que implicaría pasar con él los próximos años. Es la oportunidad de sus sueños, aunque eso suponga dejar de lado sus idílicos planes con Mabel. Pero ella no está preparada para pensar que la infancia se ha acabado. Por eso accede a un trato con Bill, el gran antagonista, a través del cual conseguiría, a cambio de una potente arma, vivir en —¡literalmente!— una burbuja donde la infancia nunca termina…

Fotograma de Mabel encerrada en la burbuja
La infancia según Gravity Falls…
Lo realmente bonito de esta serie es la forma en la que Hirsch define la infancia: mágica y fugaz. Y lo hace asemejándola a las vacaciones de verano: mágica por la fantasía de Gravity Falls y fugaz por la brevedad de unas vacaciones que no pueden repetirse. Una etapa que pasa en un abrir y cerrar de ojos y que supone dejar atrás las cosas que más nos importan. Los amigos y amores que Dipper y Mabel no volverán a ver, las últimas primeras veces y los sueños utópicos. Es desolador ver en el letrero del autobús de la última escena que “Gravity Falls”, ese lugar que nos da a entender que todo es posible, se sustituya por “California”, ese gran lugar de gente adulta hacia la que los protagonistas se ven irremediablemente precipitados.
… no es más que un ciclo
Esta visión tan trágica, pero por otro lado bonita y realista, tiene un último toque final. Stanford y Stanley se perdonan y viajan para correr las aventuras que se prometieron de pequeños. Por otro lado, Dipper recibe una carta de Wendy, su amor de verano, diciéndole que vuelva cuando quiera. No hay que entenderlo en un sentido literal —la infancia se ha acabado y por eso es tan triste como inútil esperar más temporadas—, sino en un sentido figurado. La serie parece decirnos que la infancia es ese lugar fantástico al que siempre podemos volver, tal vez no en sentido literal, pero siempre en actitud. Ahora lo hacen Stanford y Stanley, pero gracias a ese paralelismo entre ambas parejas, sabemos que algún día lo harán los gemelos Pines.

Escena final de Gravity Falls
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