
“Me interesaba el deseo y el dolor. La conciencia de una persona que vive por amor y lleva el deseo hasta sus últimas consecuencias causando dolor y muerte”. Así habló Paula Ortiz, directora de La novia (2015), para RTVE sobre su adaptación de la conocida Bodas de sangre, obra del poeta y dramaturgo Federico García Lorca que, a pesar de haber sido escrita en 1931, pervive y toca la fibra sensible del espectador 90 años después.
El riesgo de la afección
No se equivoca Bosco-Díaz cuando en su artículo Apuntes para el afecto afirma que “sin el riesgo de la afección no hay una existencia verdaderamente humana”, y creo que no me equivoco al decir que La novia de Paula Ortiz es, en este sentido, claramente un riesgo, casi una amenaza. La directora nos confronta con el miedo a sentir: su narrativa entraña una concepción vitalista de la emoción en estado puro que se desborda a través de la pantalla, mediante la concentración sin tregua de emociones intensas en cada escena. Ya ni la pantalla nos protege de las pasiones desbocadas, ni de su belleza, ni de su tragedia.
En una generación como la nuestra, tan sobreexpuesta a estímulos, es importante entender que este bloqueo emocional es una estrategia de autodefensa ante una realidad compleja que nos supera. Pero también es importante hacer las paces con este “miedo a sentir” y no asimilarlo al estereotipo de la “generación de cristal” que últimamente se nos impone. No se trata de un problema generacional: es, más bien, una forma más de gestionar la dicotomía entre el corazón y la cabeza, entre lo que sentimos y lo que anhelamos. Una forma más de intentar tomar buenas decisiones en un mundo cada vez más complejo. Es por esto por lo que ya Lorca decidió contarlo. Es por esto por lo que no se trata de un problema de ahora: es algo que nos pertenece, no como generación, sino como humanidad y que Paula Ortiz ha sabido evocar a la perfección.

Fotograma de La novia
Una vía para conocernos
Schopenhauer se encargó de recalcar la importancia que tenía la contemplación estética en el arte como una forma de huir del sufrimiento. Con La novia, Paula Ortiz acerca a la gente y reinterpreta la obra lorquiana destacando esta contemplación, no como medio de huida del sufrimiento, sino como medio de acercamiento, de conocimiento o de aprehensión de la realidad y, por tanto, de todas las emociones que concurren en ella, incluido el sufrimiento. Es una apología de la belleza de las emociones irracionales como vía para intentar comprender la realidad, la vía de la experiencia estética como medio para intentar comprender un objeto al que no podemos ni acercarnos: nosotros mismos. Esto también lo hizo Lorca: el acercamiento y comprensión de las realidades, del sufrimiento de las personas de una España consumida por medio de la experiencia estética.

Fotograma de La novia
La belleza de nuestras historias
Puede ser que sea por esto mismo por lo que nos llaman tanto la atención este tipo de personajes románticos que se entregan al sentimiento irracional, porque nos toca el hecho de que sean valientes y se arriesguen a conocer el mundo de las emociones en un contexto constreñido a la dictadura protocolaria de los roles correspondientes. Así, un personaje como la novia, protagonizado, como no podía ser de otra manera, por una espléndida Inma Cuesta, supone un canto al conocimiento del mundo al más puro estilo vitalista, una propuesta de la comprensión del dolor de todas las interacciones (o “movimientos”, como diría Spinoza) que nos afectan y que afectan a otros por nuestra parte, de manera irracional.
Esto ocurre también con el caballo lorquiano como representación de la fuerza masculina, una fuerza arrebatadora y externa a la casa que casi predice lo que va a ocurrir, aquello que es inevitable. Paula Ortiz nos recuerda a través de la revisión de esta figura que quizá este caballo no se refiera a la inevitabilidad de los acontecimientos, sino más bien a esa parte inevitable que existe en todos nosotros; a la inevitabilidad de enfrentarnos a conocernos a nosotros mismos. Y hacerlo, además, siendo conscientes de que no hay una vía racional para ello, casi como completando un ciclo del que somos parte y que observamos desde fuera, siendo espectadores de nuestra propia vida. Igual que sucede en el Gran Gastby cuando Nick Carraway se ve reflejado en la ciudad de Nueva York y piensa: "Estaba dentro y fuera. Encantado y repelido por la inagotable variedad de la vida."
Gracias a películas como la de Paula Ortiz recordamos que, aunque la vida es un misterio, es uno lleno de belleza y que, quizá, es la experiencia estética más grande con la que nos vamos a encontrar. La belleza de nuestras historias nos pertenece en tanto que somos capaces de contarlas. La novia logra ser ese cuchillo “que penetra frío por las carnes asombradas” y a la vez ese “poquito de agua”, es una herida amable que nos recuerda que las cosas nos duelen porque estamos vivos y que todo esto es en sí mismo un acto de belleza.

Fotograma de La novia
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