
El pasado 21 de abril se estrenó en las salas españolas Posesión infernal: El despertar, quinta entrega de la célebre saga que inició Sam Raimi en 1981. Esta vez, con Lee Cronin a los mandos de la dirección, el libro de los muertos se aleja de cabañas y bosques sombríos para trasladarnos a un edificio destartalado de Los Ángeles, donde los demonios kandarianos salen a divertirse a costa de la familia que lo habita.
Retorno a la cabaña (pero no)

Fotograma de Posesión Infernal: el despertar
Posesión infernal: El despertar conoce bien su posición y el recorrido que tiene a sus espaldas, y juega con ello de forma magistral. La influencia del remake dirigido por Fede Álvarez en 2013 está bastante marcada: en su día, la cinta dio una vuelta al concepto de la trilogía original con una propuesta mucho más oscura, brutal y sobria que sus predecesoras, cambiando la estética y el tono pero manteniendo la esencia splatter de las anteriores entregas.
Esta última propuesta toma esos elementos estéticos y narrativos del remake, pero sabe mirar a la semilla original: el tono oscuro y el gore se mezclan a la perfección con el humor negro y los puntos de comedia incómoda que caracterizaron a la obra de Sam Raimi. El maquillaje y los efectos prácticos de bajo presupuesto que hicieron escuela en la primera entrega han quedado atrás, pero el CGI actual se encarga de guiñar un ojo (literalmente) a su estilo con especial mimo.
Amor de madre

Fotograma de Posesión Infernal: el despertar
La secuencia inicial, con guiño a la clásica cabaña incluido, abre pisando fuerte y sienta las bases de lo que la cinta nos va a ofrecer: una bestialidad divertidísima. Tras el impacto inicial, la película se remonta al pasado y se toma el tiempo necesario para colocar todas las piezas del juego en su lugar.
Posesión infernal: El despertar no inventa su fórmula ni pretende hacerlo: toma los tropos de la saga como pilares inamovibles que deben mantenerse para preservar su esencia, y serpentea entre ellos con respeto: el bosque sombrío se convierte en una jungla urbana, y la cabaña abandonada pasa a ser un edificio en riesgo de desahucio, pero cualquier fan de las películas puede reconocer fácilmente la estructura que caracteriza a los distintos despertares del Libro de los Muertos. No obstante, aprovecha para introducir nuevas reglas y ampliar el universo de leyenda que envuelve a los deadites.
El enfoque de la historia también es distinto. La trilogía original de Sam Raimi retrataba el ascenso de un bufón al estatus de héroe a través de Ash Williams, y el remake entregaba el testigo a Mia para mostrar la superación de las adicciones. Posesión infernal: El despertar pone la maternidad en el centro, entregando a una madre de familia como víctima del Natorum Demonto y obligando a su contraparte a asumir el rol de protectora para enfrentarla a su propia responsabilidad como madre.
Una saga que resucita

Fotograma de Posesión Infernal: el despertar
La película se toma el primer acto para presentar a unos personajes de dinámicas marcadas y funcionales, y se centra en construir una atmósfera característica que irá in crescendo para estallar en una orgía de sangre (se han usado 6500 litros) que se inclina más por el terror opresivo y el gore puro sin olvidarse del tono socarrón que la vio nacer. Poco a poco, la cinta se va desligando de las referencias a la saga para crear un discurso propio, con una escalada de terror plasmado en unas excelentes interpretaciones entre las que destaca Alyssa Sutherland y su manejo de lo físico.
Esta última entrega ha sido toda una sorpresa en escalada, llegando a recaudar 100 millones de dólares en salas tras concebirse en su producción como una película directa para streaming. Posesión infernal: El despertar toma el testigo con una propuesta sobresaliente que actualiza el medio y, sin duda, deja con ganas de más. Esperemos que esta vez tardemos menos en volver a ver como alguien lee el libro equivocado.
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