
Cuando los nazis llegaron al poder no dudaron en quemar aquellos libros que cuestionaban sus valores belicistas y patrióticos, así que novelas como Sin novedad en el frente, de Erich Maria Remarque, fueron las primeras en arder. Tanto el libro como su icónica adaptación cinematográfica del mismo nombre (Lewis Milestone, 1930), fueron maldecidas por los gobiernos fascistas del siglo XX y alabadas por sus enemigos. Ahora, casi cien años después, una nueva adaptación llega a Netflix bajo la dirección de Edward Berger, creador de la miniserie Patrick Melrose (2018) y director de la antología The Terror (David Kajganich, 2018-2019).
Berger hace honor a la novela original retratando la I Guerra Mundial tal y como fue: brutal, descorazonadora, cruel… Sin buscar belleza o elegancia en la muerte. Y aunque hace años que el género bélico dejó atrás esa división que podía existir entre cine belicista o antibelicista —para dar paso a una época mucho más consciente de los horrores de la guerra—, seguía siendo necesaria, y más aún en el contexto europeo que vivimos, una historia donde no hubiese cabida para el romanticismo.
No creo que sea injusto compararla con 1917 (Sam Mendes, 2017). Contadas cada una desde lados opuestos de la misma trinchera, Sin novedad en el frente no solo recupera el mismo conflicto o la inocencia de los jóvenes soldados, también replica de alguna manera la salida de las trincheras de un ejército casi suicida, que sale de su escondite para fundirse en un mar de bombas, humo y fuego. Sin embargo, y dudo que por casualidad, ambos planos sirven de espejo para reflejar dos perspectivas absolutamente contrarias. Si bien en 1917 sí se mostraba una batalla caótica y carente de sentido, subyacía un cierto sentido de elegancia, una especie de belleza en esa carrera del soldado británico, ahora ya icónica en la historia del cine. En contraposición, el soldado de Berger es patético: corre sin rumbo, torpe y acojonado. Berger deja claro en su primera secuencia que en la guerra no hay estrategia o héroes que valgan —como los de Mendes—. Los soldados son solo motas de polvo que avanzan sin sentido hacia un trágico final.
Una banda sonora inteligente y sobrecogedora

Paul (Felix Kammerer) eufórico por alistarse en el ejército en Sin novedad en el frente
La banda sonora de Volker Bertelmann sabe jugar con la información que tenemos como espectadores, construyendo una música que nos acompañará durante días después de la película. En secuencias donde los personajes se encuentran en paz, fantaseando con alistarse en el ejército o marchando a la guerra como críos en un campamento, asistimos impotentes a su ingenua euforia con pavor. Sabemos más que ellos, sabemos que la realidad que está por venir es mucho más trágica de lo que esperan y no podemos avisarles.
Inspirándose más en el género de terror que en el bélico, la música contrasta con esas imágenes que inspiran paz. Tres acordes sobrecogedores que gritan con nosotros: “parad, no vayáis, la guerra no es lo que pensáis”. Una música que suena aún más trágica al recuperar esos tres mismos acordes, en un tono más melodramático, cuando la tragedia ya ha ocurrido. Ahí lo que nos cuenta es: “Os lo dije, os avisé de lo que estaba por venir y ya no hay nada que hacer”. Esa música viene y va durante la película, formando un ciclo que atraviesa muchos más niveles de los que al principio podría parecer.
Una película terroríficamente circular
Desde el principio queda claro el carácter circular de la película. En una fantástica secuencia de montaje acompañamos la vida de un uniforme militar: primero vistiendo a un soldado en batalla, después siendo acribillado y más tarde remendado en un taller, para finalmente volver a servir de abrigo a un adolescente que se alista entusiasmado. Ese macabro reciclaje se traslada a la propia estructura, que comienza y termina con el mismo plano del paisaje que sirvió de campo de batalla para los miles de soldados que perdieron la vida. Así, más que con cualquier otra compleja peripecia, Berger nos cuenta en escasos segundos mucho más del sentido —o la falta de él— de la I Guerra Mundial.
Y es que, en una mirada más amplia, existe una lectura cíclica aún más macabra y compleja. Remarcando el esquema circular desde el guion hasta la música, Sin novedad en el frente nos habla de la propia historia circular de Alemania y del absurdo desenlace que tuvo la I Guerra Mundial, condenado inevitablemente a repetirse y regresando al punto de partida, aún más terrorífico, en 1939.

La mirada de un crío, víctima de la I Guerra Mundial, que remarca la estructura circular de Alemania: ese niño será el que en 1939 luzca una esvástica en el brazo y clame justicia
Lo mejor de Sin novedad en el frente
La primera mitad de Sin novedad en el frente se construye a base de fortísimas secuencias, cargadas de emoción y humanidad en el guion, de delicadeza y precisión con la cámara, de autenticidad con los actores… Desde el momento en el que un soldado necesita la ayuda de su amigo porque no sabe leer la carta que le ha escrito su esposa, hasta la pequeña escena en la que otro joven se acerca a ligar con unas desconocidas mientras los demás se quedan mirando. Así nos remarcan el verdadero valor de la película. Un soldado en la guerra no es solo un soldado: es también un adolescente, un marido, un padre, alguien que quiere ligar, beber o hacer gamberradas con sus amigos. Ahí es donde se encuentra el auténtico acierto de Sin novedad en el frente.
Poco a poco esas secuencias se diluyen en batallas sangrientas y una mirada política crítica con el poder, algo novedoso respecto a la obra original. Así, la identidad de los personajes se disuelve en el uniforme y se reduce su personalidad a la de un militar. Esa estructura nos habla de la manera que tiene la guerra de borrar la identidad de sus soldados. Más tarde saca a relucir ese mismo conflicto cuando, momentáneamente, los protagonistas ven en las carteras de los enemigos que no están matando al ejército francés, sino a un pobre infeliz que ha sido engañado igual que él, y que lo único que les diferencia es haber nacido a unos cientos de kilómetros más al Este.
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Sin embargo, esa crítica antibelicista tal vez se exceda en sobreexplicaciones: no necesitábamos ver los lujosos platos de los altos mandos del ejército mientras otros desayunan, comen y cenan pan de nabos. Bastaba con ver algo tan pequeño y emocionante como dos amigos escapándose para robar un ganso. Movidos por el hambre, sí, pero retratando el robo como un “inocente” juego de críos. Porque si la película nos habla de algo es de eso, más allá de la guerra, Alemania o la política. Sin novedad en el frente nos habla de unos críos que, a la fuerza, tienen que dejar de serlo.
Sin novedad en el frente está disponible en Netflix.