
Un franco, 14 pesetas (Carlos Iglesias, 2006) está ambientada en una época que muchos ni siquiera hemos vivido, pero habla de una realidad que siempre ha estado con nosotros.
No parece casualidad que la primera imagen que veamos al inicio de esta historia es la palabra “Franco” con un oscuro sótano de fondo, como si fuera una relación de causa y efecto. No, en Un franco, 14 pesetas no hay ninguna mención al dictador ni a su blanco trasero, pero como suele pasar, su mera existencia impregna la vida de sus personajes, igual que a veces parece que lo sigue haciendo en las nuestras.
La peli nos sitúa en 1960, el mismo año que Los santos inocentes (Mario Camus, 1984), esta vez en la ciudad de Madrid y no en el rural. Los 60 fueron una década en la que el resto del mundo parecía modernizarse mientras nosotros seguíamos siendo un país de campesinos y señoritos. Un franco, 14 pesetas nos presenta una España gris, autárquica, en una crisis constante, y su contraste con una Europa que resurgía de sus cenizas.
Ι Leer más: Los santos inocentes, Los lunes al sol y la conciencia de clase
La historia arranca cuando Martín (Carlos Iglesias, también director y guionista) pierde su trabajo de mecánico y se plantea la posibilidad de emigrar a Suiza para conseguir que su familia salga del sótano de sus padres donde llevan malviviendo años. Si te parece que una historia así podría estar ambientada en 2021, enhorabuena, ya has descubierto de qué va a ir este artículo.

"Pórtate muy bien, que dicen que el colegio es gratis."
El cuento de nunca acabar que leemos siempre los mismos
Como no quiero aburriros, vamos a dejar que sean otros los que debatan sobre qué hace que una película sea buena o mala. La verdad es que nadie tiene ni idea, pero un elemento a valorar es sin duda la capacidad que tiene una película de conectar con su público. La forma en la que puede conseguir esto una historia ambientada en un tiempo pasado o uno futuro es, precisamente, hacer que hable de algo actual.
El guion de Carlos Iglesias parece premonitorio, como si en 2006 ya supiera las dos crisis que íbamos a vivir, una detrás de otra, y el daño que iban a hacer a los más desfavorecidos. Un franco, 14 pesetas le habla a esos trabajadores de mediana edad, demasiado jóvenes para jubilarse pero demasiado viejos para volver a estudiar y sobre todo, demasiado pobres como para estar parados. Aunque también les habla a los más jóvenes con personajes como Marcos (Javier Gutiérrez), con una formación envidiable, pero sin ninguna oportunidad de ponerla a buen uso. Martín y Marcos representan a toda esa gente que siente que el mundo les está dejando atrás. Y por eso se van.
Pero el drama de la migración también lo es para las que se quedaron atrás, como Pilar (Nieve de Medina), que interpreta a la perfección el esfuerzo de esas mujeres que veían partir a sus maridos sin ninguna certeza de cuándo volverían a verlos, aguantando el techo de una casa en ruinas mientras otros construían una nueva. Mujeres que hacían que el término “madre coraje” se quedara corto.

"Si te pega un cura me lo dices a mí, que se va a enterar el cura."
Algo más que un cambio de divisas
¿Te has preguntado alguna vez por qué la España de la posguerra siempre se representa en el cine en tonos neutros, con una paleta de color grisácea y sosa? La culpa de eso la tiene El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973), que de una manera transgresora, contraria a todo lo que se veía en el cine de aquella época, representa una España atrasada, sucia y empobrecida.
Un franco, 14 pesetas coge algo así de reconocible y lo contrasta con una Suiza llena de colores vivos y paisajes apabullantes. Cuando Martín y Marcos llegan al pequeño pueblo de Uzwill, sentimos como si hubieran salido de una cueva anclada en el pasado y salieran a una Europa completamente rejuvenecida.

"Nunca había visto tanto de todo."
El grueso de la película juega, desde un lado cómico, con el choque cultural que viven los dos protas a su llegada a Suiza, desde ver el mar por primera vez y asombrarse con los verdes Alpes suizos hasta quedarse flipando con que en el resto de Europa ya no usen periódicos para limpiarse el culo.
Pero este contraste no se queda en un slapstick sin contenido, sirve para relatar un drama que han vivido generaciones y generaciones de españoles. Porque antes de los que iban a Suiza estaban los que cogían un barco y se marchaban a América para no volver, dejando toda su vida atrás en una época donde no había ni Whatsapp ni reuniones de Zoom. Y aún ahora los sistemas sanitarios del Reino Unido o de Alemania tienen mucho que agradecer a esas enfermeras que se forman aquí pero tienen que ganarse la vida fuera.
Ι Leer más: Crialese y su astucia para hablar del destierro
Creo que lo que hace especial a Un franco, 14 pesetas es precisamente eso, que es la historia de una de tantas familias que ha habido y habrá en nuestro país. ¿Y es que cómo vamos a rechazar a aquella persona que quiera venir a vivir aquí si somos los que tantas veces se tuvieron que marchar? ¿Cómo vamos a ponerle un frío acrónimo a un niño huérfano si en otra época fuimos nosotros los que añorábamos pasar la Nochebuena en familia? ¿Cómo vamos a recriminarle a alguien que no se adapte a nuestras costumbres si somos los inventores de la morriña?
«Cuando estamos aquí echamos de menos aquello, y una vez en España añoramos Suiza. Ya no somos de ninguna parte.»
Carmen (Ángela del Salto)
Puedes ver Un franco, 14 pesetas en Netflix.