
Hay un tiro de cámara que lleva acompañando al cine de terror más de 50 años, y que con solo un segundo en pantalla nuestro cuerpo ya sabe que le esperan 90 minutos de pasarlo mal. Y eso es algo que no tiene mucho sentido. Ya sabemos que un género se define principalmente por una mezcla entre trama y tono, sin embargo, para una generación de espectadores que hemos pasado una insana cantidad de horas delante de la pantalla, nos vale con algo más sencillo. Solo con ver las cejas de Luis Tosar sabemos que estamos ante un thriller hasta las cejas de testosterona, o que si vemos un póster amarillo y azul clarito, estamos ante la comedia española del año. Pero que un simple plano nos ayude a reconocer tan fácilmente un género me fascina. Y me refiero, por supuesto, a encuadrar desde el cielo una carretera con el coche de los protagonistas en el centro. El plano cenital en el cine de terror.
El plano cenital hasta en la sopa
Antes de nada, hay que plantearse que aunque se use el plano en una gigantesca cantidad de películas de terror, eso no significa necesariamente que sea algo inherente al género. Richard Gere llega así a Beverly Hills y eso no quiere decir que Pretty Woman (Garry Marshall, 1990) sea una película de terror. Es más, la premisa de llegar a un lugar nuevo como comienzo de la trama, ya sea el castillo de Drácula o la casa maldita de turno, es algo muy recurrente en el género. Por tanto, no es extraño grabar desde las nubes la llegada de los personajes a su destino, y su repetición de película en película podría deberse más a una razón práctica que a ninguna otra cosa. Sin embargo, ese recurso tiene una connotación genérica innegable, y si no, preguntémosle a los marketeros de las distribuidoras.
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Es alucinante cómo se abusa de este encuadre en los trailers de género. Echando un vistazo a los próximos estrenos de terror, como Night Swim, la próxima producción de James Wan, o Five Nights at Fredy’s, que acaba de arrasar en la taquilla norteamericana, podemos comprobarlo. Solo dos segundos del plano, antes siquiera de contarnos quiénes son los personajes, dónde ocurre la historia o quién hace la peli, sirven para captar al público que quieren. De manera casi obsesiva, como diciendo «tranquilo, chico fanático del terror con un funko de Michael Myers en la estantería, no saltes a otro vídeo que esta película te interesa». Y seamos honestos, si lo hacen es porque funciona. Porque ese plano cenital en la carretera está en nuestro imaginario colectivo como un referente indiscutible del terror. Tanto que películas como The Watcher hasta deciden incluirlo en el trailer sin utilizarlo siquiera en la película. ¿Qué demonios tiene ese plano?

Plano cenital en Midsommar
¿Por qué nos gusta tanto el maldito plano?
La respuesta fácil es la referencia. Todos recordamos el comienzo de El Resplandor (Kubrick, 1980) y es difícil encontrar un director de género actual que no la tenga entre sus referentes. ¿Así que por qué no utilizarlo, sabiendo que esta generación de espectadores se caracteriza por haber visto tantas películas de terror —o más— que los propios cineastas? Es por eso que las películas de miedo, y en especial en los últimos años, se han vuelto muy conscientes de sí mismas, son más autorreferenciales y han aprendido a jugar con un público cada vez más exigente.
Sin embargo, ese plano tiene que tener algún valor más allá de recordarnos a nuestras películas favoritas. La manera en la que empequeñece a los personajes ante un ente —la cámara— superior, casi omnipresente, como acechando desde una posición privilegiada, anticipando que los personajes se van a enfrentar a algo muy superior a ellos… El plano nos incomoda y no entendemos por qué. Una idea brillante del bueno de Kubrick, pero a la que ya le van pesando los años.

Créditos iniciales de El Resplandor
Darle la vuelta al encuadre
Si tan referencial se ha vuelto el encuadre, corre el riesgo de perder toda clase de originalidad. Nos suena a visto y la incomodidad que nos hacía sentir se convierte en aburrimiento y el plano en un mero trámite. Más aún cuando recurrir a un recurso así suponía en 1980 una inversión gigante —en El Resplandor hasta vemos la sombra del helicóptero en uno de sus planos—, y ahora es algo que está al alcance de cualquiera. Sin embargo, es ahí donde un director que tenga claro el terror que quiere contar puede lucirse. No usándolo cuando la historia lo pide, porque sabe que esa es la salida fácil, o, mejor aún, reinventándolo para darle un significado totalmente nuevo.
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Películas como Candyman (2021), remake del clásico homónimo de 1992 que, por supuesto, comenzaba con los mismos planos aéreos sobre las carreteras de la ciudad. En este caso, la directora Nia DaCosta repite la fórmula y le da literalmente la vuelta. El plano nadir desde la carretera, mirando al cielo y no al revés, demuestra ser muchísimo más siniestro, reinventa ese lugar común que otros simplemente habrían calcado, y con solo un encuadre nos dice que esta historia va a ser diferente, que piensa darle la vuelta a las cosas.


Créditos iniciales de Candyman (2021) y Candyman (1992)
Así que sí, todo aquel que le guste el terror tiene un huequito en su corazón para ese plano que tanto nos ha dado. Pero antes de que lo odiemos, tenemos que encontrar la forma de reinventarlo y no dejar que se estanque. Darle nuevos significados o, simplemente, dejarlo en el baúl de los recuerdos y encontrar nuevas imágenes, tan potentes como esa, para sumar a nuestro imaginario. Y después reinventarlas, claro, hasta que nos aburramos de ellas y alguien encuentre una nueva. De eso va el cine.